Justo cuando parecía que todo volvía a la calma, una nueva tormenta sacudió a la comunidad internacional de Harvard. Minutos después de que la Oficina Internacional de la universidad celebrara una reunión virtual con los recién graduados de la Escuela de Gobierno Kennedy —para felicitarlos por sus logros y haber navegado meses complicados—, una noticia inesperada sacudió sus teléfonos: el gobierno de Donald Trump revocaba los permisos de matrícula para estudiantes extranjeros.
La notificación, firmada por Kristi Noem, entonces secretaria de Seguridad Nacional, informaba directamente a Harvard que ya no podría recibir a estudiantes internacionales. La decisión lanzaba una sombra de incertidumbre sobre los títulos, el futuro académico y profesional de miles de jóvenes de todo el mundo, y sobre una parte esencial de la identidad global de la institución.
“Hay tantos estudiantes de todo el mundo que vinieron a Harvard no solo para formarse, sino para mejorarla, para transformar a Estados Unidos y a sus propios países”, compartió Karl Molden, estudiante de Viena al terminar su segundo año. “Ahora todo eso corre el riesgo de desmoronarse. Me rompe el corazón”.
La medida provocó una oleada de reacciones dentro y fuera de los campus universitarios del país, encendiendo nuevamente el debate sobre el valor de la educación internacional en Estados Unidos y el papel que juegan los estudiantes extranjeros en el tejido académico, económico y cultural del país.