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Ciudad JuarezNacional

Las ciudades fronterizas se convierten en el destino final de los migrantes

admin
Última actualización: 8 de junio de 2021 20:33
admin
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12 min. De lectura
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Las estrictas políticas antiinmigración del presidente Donald Trump hacen que cada vez más migrantes se queden varados en ciudades mexicanas como Ciudad Juárez.

Hace una década los residentes abandonaron el centro de Ciudad Juárez, cuando la recesión y los asesinatos perpetrados por las pandillas de narcotraficantes azotaron esa localidad fronteriza. Pero ahora hay nuevas señales de vida.

Miles de cubanos, que esperan la decisión sobre su solicitud de asilo en Estados Unidos, han convertido estas cuadras empobrecidas en su hogar, pues aquí han encontrado trabajo y rentan habitaciones en hoteles baratos.

El primer restaurante cubano se inauguró en abril y su personal está conformado por diez empleados migrantes que, entre otras cosas, sirven un platillo tradicional de carne de res deshebrada conocido como ropa vieja, con arroz y frijoles. Afuera, en las aceras, los afiches muestran la bandera cubana, un signo de que los recién llegados están comenzando a forjarse una vida aquí, aunque sea difícil, incierta y temporal.

“Todo fue factor suerte”, dijo Ramón Santo Domingo Ramos, el cocinero del restaurante.

Las comunidades fronterizas como Ciudad Juárez, llenas de migrantes cubanos, centroamericanos y de otros países, se están adaptando a una nueva realidad: quizá sean el destino final, no solo ya una parada antes de llegar a Estados Unidos.

Las estrictas políticas antiinmigración impuestas por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, han hecho que cada vez más migrantes se queden varados en este tipo de ciudades. La polémica sobre la migración ha resonado mucho en Ciudad Juárez después de que un tirador incitado por el racismo asesinara a veintidós personas el pasado fin de semana en una tienda Walmart en El Paso, Texas, al otro lado de la frontera.

“Quieren cruzar a Estados Unidos”, dijo Armando Cabada, el alcalde de Ciudad Juárez. “Tienen su sueño americano. Pero se topan con el muro de Trump”.

Desde inicios de este año, el gobierno de Trump ha estado devolviendo a México a algunos migrantes que han solicitado asilo para que esperen allí sus audiencias, mientras sus casos son procesados en los tribunales. En junio, después de que el mandatario amenazara con imponer aranceles a todas las exportaciones mexicanas, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador aceptó aumentar el número de migrantes que acogería con la implementación de esa política.

Desde entonces, el número de migrantes en Ciudad Juárez ha aumentado a más de 12.000, y se espera que Estados Unidos siga regresando hasta trescientas personas al día en esa región.

La ciudad está esforzándose por acomodarlos y trabaja con iglesias católicas y evangélicas para abrir nuevos refugios y colabora con negocios y grupos agrícolas para crear empleos.

La semana pasada, el gobierno federal mexicano abrió un refugio en una fábrica vacía para alojar a los solicitantes de asilo que fueron retornados por las autoridades de Estados Unidos. El plan es que los migrantes se queden ahí temporalmente mientras buscan trabajo o se mudan a alguno de los más de diez albergues administrados por iglesias.

En una habitación lateral del refugio, más de diez personas (una con un bebé) escuchaban mientras un instructor de informática de una fundación local les explicaba los programas básicos. Soldados servían sopa de pasta, tortillas, pollo y frijoles a unas 160 personas para que almorzaran, mientras que un par de médicos daban consultas.

“Estamos lidiando localmente con una situación que nosotros no provocamos”, dijo Enrique Valenzuela, coordinador general del Consejo Estatal de Población del estado de Chihuahua. “Juárez ya es otro”, comentó. “Juárez cambia a partir de todo ese fenomeno”.

Desde hace mucho tiempo, Ciudad Juárez ha sido una ciudad de migrantes que se ha extendido hacia el desierto porque muchos mexicanos del resto del país llegaron con la misma esperanza de cruzar a Estados Unidos. Algunos se quedaron por voluntad propia y otros por necesidad, a medida que la frontera se cerraba cada vez más, y encontraron empleos en las fábricas de exportaciones que ahora emplean a más de un cuarto de millón de personas y vinculan a la ciudad con Estados Unidos.

Ahora, el camino de los migrantes es más incierto, a pesar del apoyo y los servicios del gobierno local.

Hace una década, cuando las bandas de narcotraficantes se disputaban el control de las rutas de contrabando para llegar a Estados Unidos, Ciudad Juárez se convirtió en una de las ciudades más mortíferas del mundo. Aunque la violencia ha disminuido, el crimen organizado todavía está activo y los homicidios están aumentando de nuevo.

Tantos migrantes a la deriva son blancos fáciles para el crimen organizado, ya sea como reclutas o como víctimas de secuestro, dijo Josiah Heyman, director del Centro de Estudios Interamericanos y Fronterizos de la Universidad de Texas en El Paso. “Juárez tiene un equilibrio delicado, con el potencial de volver a caer en una gran violencia”, explicó.

Rocío Meléndez, una abogada de Derechos Humanos Integrales en Acción, un grupo de defensa de los derechos humanos de Juárez, dijo que el 31 por ciento de las mujeres que le habían referido a lo largo de las últimas tres semanas habían sido víctimas de violación, extorsión, secuestro o trata de personas.

“Mucha gente está encerrada en los albergues”, comentó. “Será difícil que se incorporen al mercado laboral”.

Incluso cuando lo logran, los bajos salarios no siempre permiten que las familias se muden de los refugios sin ayuda del gobierno.

En el refugio El Buen Pastor, las familias languidecen en habitaciones hacinadas con poco en qué ocuparse aparte de sus celulares. “Es una cuestión cultural”, dijo el pastor Juan Fierro García, quien dirige las instalaciones que están expandiendo su cupo de 110 a 250 personas. “Aquí cualquiera que desee trabajar puede encontrar un empleo, incluso sin estatus legal”.

Sin embargo, reconoció que las madres se muestran reacias a dejar solos a sus hijos. Muchas de las familias están traumatizadas, pues vienen escapando de la violencia en sus ciudades natales.

Dayami, una cubana de 28 años, atravesó la jungla panameña acompañada de su hijo Brandhoon, de 3 años, para llegar a México. “Arriesgas tu propia vida por tus hijos”, dijo Dayami, quien solo proporcionó su nombre porque está en curso su solicitud de asilo en Estados Unidos.

El cansancio y la incertidumbre de su caso de asilo le han arrebatado la fuerza mientras espera con su hijo en México, en un albergue dirigido por la iglesia de San Juan Apóstol y Evangelista.

Saúl, de 41 años, dijo que le dieron un día para irse de Honduras, posiblemente porque su trabajo como pastor evangélico enfureció a un hombre poderoso de la localidad. Pidió asilo en Estados Unidos junto con su hijo —a quien una pandilla quería reclutar por la fuerza—, su nuera y sus dos hijos pequeños.

A su familia le permitieron quedarse y continuar su caso en Estados Unidos. A él lo enviaron de regreso a Ciudad Juárez. Ahora vive en una choza en ruinas al lado de un campo de sorgo y gana algo de dinero cuidando a un poni y a un burro.

“A veces me dan ganas de regresarme a Honduras”, dijo Saúl, que solo proporcionó su nombre por motivos similares.

En medio de la actual ola migratoria, los cubanos tienen una posición particularmente favorable. Con una mejor educación que los migrantes centroamericanos y generalmente sin niños, de inmediato comienzan a buscar empleo.

Los lugareños intercambian anécdotas. Uno de los vigilantes nocturnos es cubano, al igual que la mesera de un lugar muy popular para almorzar. Hace poco llegó un carpintero con dos asistentes cubanos y una peluquera de la isla también empezó a trabajar en un salón de belleza.

“Me siento satisfecha y me siento útil”, dijo Náyade Hidalgo Ruiz, de 24 años, quien está trabajando como mesera en el restaurante cubano Little Habana.

Ha estado trabajando en Juárez desde que la regresaron de Estados Unidos en junio mientras llega el día de la audiencia por su caso de asilo en diciembre.

Graduada como ingeniera química en Cuba, decidió irse cuando la culparon por el colapso de un motor en la empresa de energía eléctrica donde trabajaba. “Alguien tenía que ir preso”, dijo. Como era la empleada más joven, era un chivo expiatorio fácil, comentó.

Solo gana poco más de 10 dólares al día. No obstante, incluso ese salario reducido es bienvenido después de su salario de subsistencia y las limitadas opciones alimentarias en Cuba. “Puedo comprar un yogur si quiero”, dijo. “Aquí es distinto. Es capitalismo. Es mejor”.

Little Habana es propiedad de Cristina Ibarra, una empresaria de Ciudad Juárez que ha permitido que sus empleados cubanos diseñen los menús y preparen la comida. Un menú completo de platillos cubanos se vende por menos de 3 dólares. Su siguiente plan es abrir una pizzería cubana con Santo Domingo, el cocinero de Little Habana.

Él dirigía una pequeña cafetería en Cuba, pero no soportaba las reglas rígidas que el gobierno les impone a los empleos independientes. “La policia se mete mucho con uno”, dijo. “No hay condiciones para hacer negocios”.

“Me gusta hacer negocios”, agregó Santo Domingo. A diferencia de Cuba, dijo, “aquí puedo ir al mercado y comprar todo lo que necesito para trabajar”.

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